Al volver
Érase una vez, un muchacho pensativo e inquieto, al que regalaron una vez un boomerang.
Un boomerang que siempre al ser arrojado, volvía. A veces tarde, pero volvía.
En un principio se negaba a ser arrojado, otras veces cortaba tanto el aire que a la distancia hería. En más de una ocasión un capricho o el otro impedían entre ambos todo contrato, pero muchas más veces se amontonaban en plural los recuerdos gratos.
Esta extraña simbiosis dio el muchacho en llamar amistad.
Pasaron semanas, años y primaveras completas de buscar, extraviar y encontrar senderos, segmentos y secretos siempre nuevos. Los mejores días hasta el último día que hablamos, tal vez describió en su charla conmigo el anciano quien en estas líneas es un muchacho.
Un buen día entusiasmado, decidió arrojar al boomerang con todas sus fuerzas, con la expectativa de encontrar y atesorar al regreso retazos de atardecer, secretos de las selvas lejanas y susurros de otras estaciones.
Flexionó en arco perfecto su cuerpo, y le imprimió en sí todos sus deseos, esperanzas, e inercia. En impetuoso movimiento de brazo dio vuelo rapaz al trozo de madera que surcando los aires y sin dar contra ningún árbol, se borró en el horizonte.
Pasaron los minutos, las horas, los días y casi una semana cuando el muchacho comenzó a dudar el retorno de quien fuera su confidente y compañero más allegado. Pero aún así, quizás como antaño, se negaba a regresar; o tal vez impactó contra el Fin del Mundo y en tan fuerte golpe se olvidó de quién era, y para quién y por qué lo era.
Por más coherentes o bizarras que fueran las explicaciones, se cumplió un mes sin saber nada del viejo boomerang que tiempo atrás se le obsequiara.
Lamento su ausencia, lloró para sus adentros y en silencio, pues nadie tolera a un muchacho de ojos húmedos. Las noches enteras, mirando el firmamento y cada una de sus estrellas, esperando una última vez más algun indicio.
Esperó hasta que tocó seguir adelante con su vida, pues ese día con certeza o resignación, ya nunca más importaría. Cambió su casa, su familia, su lugar de nacimiento y sus opiniones acerca de la rutina.
Cierto día, el muchacho ya hombre sintió un ruido en la ventana de su habitación, hacia donde corrió más por vivo miedo al sonido de vidrios rotos que por muertas expectativas.
Tirado en la cama yacía el boomerang, partido en dos pedazos, descolorido por la ausencia, o por el clima... de igual manera había perdido colores, identidad, y sentido práctico.
Estaba surcado por pequeñas cicatrices en cada brazo, testimonio del tiempo adverso y la fricción de lo imprudente. En la pérdida del barniz original se adivinaban cortes, golpes y astillas que sólo hace florecer el capricho de la lluvia. Y en sus brazos abiertos, más abiertos que nunca, un mensaje escrito en tinta indeleble, pero perfecta y de un solo trazo, letras de convicción, y palabras de la experiencia.
Según recuerdo que me contaron, se leía:
-"Volví porque encontré todo lo que me pediste sin prisas;
volví para decirte que todo estaba allí afuera y que jamás fue necesario mi sacrificio;
volví para decirte que no me esperaras más, pues esa era la única forma de que obtuvieras lo que siempre dijiste buscar en la vida.
Volví, no porque te extrañaba, sino porque aposté y confié en que tu visión y expectativa prescindiría de mí, y sólo te demoraría."
Nada más que un nudo en la garganta y un insondable y doloroso silencio se encontraban en aquella habitación de cristales rotos, muchachos desilusionados y ataúdes de ficticia madera.
Un boomerang que siempre al ser arrojado, volvía. A veces tarde, pero volvía.
En un principio se negaba a ser arrojado, otras veces cortaba tanto el aire que a la distancia hería. En más de una ocasión un capricho o el otro impedían entre ambos todo contrato, pero muchas más veces se amontonaban en plural los recuerdos gratos.
Esta extraña simbiosis dio el muchacho en llamar amistad.
Pasaron semanas, años y primaveras completas de buscar, extraviar y encontrar senderos, segmentos y secretos siempre nuevos. Los mejores días hasta el último día que hablamos, tal vez describió en su charla conmigo el anciano quien en estas líneas es un muchacho.
Un buen día entusiasmado, decidió arrojar al boomerang con todas sus fuerzas, con la expectativa de encontrar y atesorar al regreso retazos de atardecer, secretos de las selvas lejanas y susurros de otras estaciones.
Flexionó en arco perfecto su cuerpo, y le imprimió en sí todos sus deseos, esperanzas, e inercia. En impetuoso movimiento de brazo dio vuelo rapaz al trozo de madera que surcando los aires y sin dar contra ningún árbol, se borró en el horizonte.
Pasaron los minutos, las horas, los días y casi una semana cuando el muchacho comenzó a dudar el retorno de quien fuera su confidente y compañero más allegado. Pero aún así, quizás como antaño, se negaba a regresar; o tal vez impactó contra el Fin del Mundo y en tan fuerte golpe se olvidó de quién era, y para quién y por qué lo era.
Por más coherentes o bizarras que fueran las explicaciones, se cumplió un mes sin saber nada del viejo boomerang que tiempo atrás se le obsequiara.
Lamento su ausencia, lloró para sus adentros y en silencio, pues nadie tolera a un muchacho de ojos húmedos. Las noches enteras, mirando el firmamento y cada una de sus estrellas, esperando una última vez más algun indicio.
Esperó hasta que tocó seguir adelante con su vida, pues ese día con certeza o resignación, ya nunca más importaría. Cambió su casa, su familia, su lugar de nacimiento y sus opiniones acerca de la rutina.
Cierto día, el muchacho ya hombre sintió un ruido en la ventana de su habitación, hacia donde corrió más por vivo miedo al sonido de vidrios rotos que por muertas expectativas.
Tirado en la cama yacía el boomerang, partido en dos pedazos, descolorido por la ausencia, o por el clima... de igual manera había perdido colores, identidad, y sentido práctico.
Estaba surcado por pequeñas cicatrices en cada brazo, testimonio del tiempo adverso y la fricción de lo imprudente. En la pérdida del barniz original se adivinaban cortes, golpes y astillas que sólo hace florecer el capricho de la lluvia. Y en sus brazos abiertos, más abiertos que nunca, un mensaje escrito en tinta indeleble, pero perfecta y de un solo trazo, letras de convicción, y palabras de la experiencia.
Según recuerdo que me contaron, se leía:
-"Volví porque encontré todo lo que me pediste sin prisas;
volví para decirte que todo estaba allí afuera y que jamás fue necesario mi sacrificio;
volví para decirte que no me esperaras más, pues esa era la única forma de que obtuvieras lo que siempre dijiste buscar en la vida.
Volví, no porque te extrañaba, sino porque aposté y confié en que tu visión y expectativa prescindiría de mí, y sólo te demoraría."
Nada más que un nudo en la garganta y un insondable y doloroso silencio se encontraban en aquella habitación de cristales rotos, muchachos desilusionados y ataúdes de ficticia madera.
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