En la Laguna de las Reflexiones [I]

Los ojos del cielo
tienen forma de estrellas,
imágenes del pasado
que brillan en el presente.

   En la oscuridad absoluta de una realidad sin testigos, mirando el firmamento contemplo manchas de fulgor y tinta azul diluida en el lienzo sin límites de la noche. La estación de las hojas resecas alcanza su apogeo, cada árbol amenazando las alturas desde sus siluetas desnudas; el viento recorre las praderas con la lentitud de quien se sabe victorioso sin haber presentado batalla. Los animales no se ven ni se oyen: o se han ido para siempre, o simplemente no desean aparecer.

   El lago es como un enorme espejo, una perfecta circunferencia descansando en la firmeza de esa tierra profana que es el Claro del Bosque, el lugar en el que los sueños desarrollan alas, y el sitio en el que por última vez aterrizan...

   Mi claro del bosque, resplandeciente por las noches e invisible por las mañanas.

   Sin haber siquiera contado los pasos, sin sorpresas ni cálculos me hallo otra vez en este lugar. Quizás sea la ilusión, la poca luz o mi propio cansancio, pero todo parece estar en su sitio; el lago permanece iluminado por las estrellas, su quietud comparable al destino final que trae la muerte sobre el cuerpo: absoluta inmovilidad; una tranquilidad carente de vida. Aun de pie con la mochila al hombro, me acerco aún más para ver mi reflejo.

   Veo la corpulencia de un joven impetuoso, en su mirada encerrado el potencial de la supervivencia. 
   Sus manos regordetas juntas y entreabiertas muestran un destello de luz y un parpadeo: una Mariposa Blanca, de alas traslúcidas, asoma tímidamente por primera vez a este mundo. En su trémulo aleteo se percibe la sonrisa infantil y adolescente del milagro de la creación. 
   Cuando el chico extiende sus brazos, la imagen del Lago pierde claridad y se deshace en ondas, esas que se forman cuando caen gotas en una superficie líquida. Lo último que se pierde, es la imagen de la sonrisa auténtica en su rostro...

   Ahora, veo ese mismo joven, sus ojos surcados por lágrimas brillantes y pesadas: son lágrimas de orgullo herido; son lágrimas que se gestan en las fisuras de una convicción más obstinada que auténtica. Su frente está marcada por el dolor y el desconsuelo de lo inexplicable.
  En sus manos aún de dedos gruesos, yace sin vida un pequeño insecto, sus alas grises resquebrajadas como el hielo después de haber sido pisoteado. Las lágrimas caen crueles sobre la Mariposa Inerte, como bañándola de expectativas, o amenazas.   
  Esperando una resurrección que no está destinada a ocurrir, en gesto de resignación el joven extiende sus manos abiertas, y lo que antes era un símbolo de ilusión, ahora se torna polvo que el viento carga con solemnidad. El último vuelo de un par de alas muertas.

  Me cuesta sostener la mirada; recuerdo haber sido ese joven, en algun momento de mi vida. El dolor que embarga el semblante de esa imagen del pasado hace ecos en mi corazón, y todas las cicatrices en mi espalda arden por un instante: son sombras de aflicciones por venir; son heridas que en ese joven aún no conocería, pero que en los surcos de su llanto silencioso estaban auguradas.

  Me pregunto acerca del significado de este momento presenciado. Me pregunto acerca del sentido de atestiguar este imborrable pasado. Me pregunto, también, cómo se sobrepuso ese muchacho a la desazón de ese momento...

  Antes de apartar la vista y sucumbir al cansancio, observo el fuego de esos ojos... un ardor incandescente que ni siquiera las lágrimas del orgullo herido han apagado. Un fulgor de rojo, alma y furia que ni siquiera por la muerte de las ilusiones ha menguado. Tal vez ahí, se encuentren las respuestas...


  Antes de cruzar el umbral de Oniro,
 en el Lago de las Reflexiones  
ví el reflejo de mis ojos...
 y siguen siendo los mismos.

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