Correas desgastadas
Una vez comenzado el recorrido de la Vida
marchamos con nuestras cosas sin mirar atrás,
y nos llevamos sólo lo que importa.
"Sólo lo que importa..."
Una tormenta de viento gélido y gotas que hieren se apoderaron del Camino en cuestión de horas. Cabalgando en nubes negras y estruendos, el temporal conquistó todo aquello que la vista alcanzaba recorrer; desbordaron los lagos; despegaron las pocas hojas que se aferraban aun a los árboles; cada piedra en la inmensidad de la tierra, agobiada por ráfagas de cuchillos en forma de llovizna.
Afortunadamente logré encontrar una caverna en la cual podía descansar y encender una fogata para resistir la vigilia hasta la próxima jornada. Estrechas paredes cálidas al tacto, sin vestigios de humedades ni asaltos.
Saqué de mi mochila algunos leños, ramas y hierba seca que tenía reservados para una noche como esta.
No había suficiente lugar para armar mi bolsa de dormir, así que un pequeño fuego iba a tener que alcanzar... en el peor de los casos aún quedaban materiales para alimentarlo durante el resto del tiempo que transcurriese allí dentro.
Nunca me canso de ver la magia de la yesca y el pedernal en acción; basta solo una chispa para convertir aire, corteza y oscuridad en un único elemento. El fuego, sinónimo de furia; energía que excede los límites posibles; retazo de luz que espanta toda pesadilla.
Pero por encima de todo, el fuego, fuente de calor... Esa sensación a la que uno podría mal acostumbrarse, y perecer sin siquiera notarlo, de una sola vez, esclavo de la necesidad...
Podía sentir las lenguas ígneas danzar en el regazo de mis pupilas; su contoneo indecente, su propósito firme: hacerme olvidar. Perder la cuenta de las leguas de camino recorridas, de las voces conocidas en cada posada, de los deseos anhelados en cada campamento bajo las estrellas.
En el pecho agolpábanse sensaciones placenteras, saboreando la idea de permanecer siempre aquí, mientras el Universo -hasta donde yo lo conocía- podía perderse para siempre, consumido por la crueldad de los rayos, la ventisca y la oscuridad total que ocurría fuera.
Sólo pensarlo bastaba para sentirlo. Sólo sentirlo bastaría para decretarlo... si el olor del cuero quemándose no me asfixiara tanto, podría decretarlo...
"Cuero quemándose...?"
Súbitamente desperté de mi ensoñación.
Las correas de mi mochila estaban demasiado cerca de las llamas y comenzaron a derretirse, perdiendo forma, sentido y propósito a una velocidad alarmante.
El humo sutil y a la vez denso llenó la cueva sin esfuerzo. En lo que pareció una eternidad de letargo, arrojé la mochila hacia afuera.
Como osamenta de ganado, todo el contenido de mi equipaje quedó a merced de las fuerzas de la Naturaleza. El viento parecía reír, helado y misterioso. Imaginación o no, la lluvia redobló su fiereza al tiempo que recuperaba toscamente el aliento, ahogado en negrura.
[...]
Años, kilómetros, espacio y tiempo se marchitaron en la oscuridad lacerante del Destino. Grandes trozos de recuerdos, nostalgia e identidad quedaron, en un instante que pareció eterno, exonerados para siempre. En un fugaz pantallazo, similar al que describen los que estuvieron en las puertas del Otro Mundo, ocurrió nuevamente, y todo junto todo ello: todo mi pasado.
El fuego aún conservaba la luz y el calor dentro del pequeño e improvisado refugio.
Cada piedra, cada hendidura, cada partícula de polvo estaba aquí, dando forma a mi presente. En un patrón que podría parecer indescifrable, este sitio daba razón a cada bocanada de aire, a cada contracción muscular, a cada intención de permanecer con vida.
El temporal que ocurría bajo la madrugada, tan peligrosamente cerca y a la vez tan ridículamente distante no podía ser accidental... una deidad poderosa garabateó mis pasos hasta este lugar para darme una lección vital. No podría poner en palabras el mensaje completo, pero los latidos de mi corazón parecíeron comprenderlo íntegro.
Decidí acurrucarme contra la pared después de avivar una vez más las llamas del presente y el momento. Después de mucho tiempo, tras tantas heridas, tantas muertes y tantas resurrecciones, mi mente estaba limpia, prístinos y bellos todos sus emergentes pensamientos. Respiré con el alivio de eras, cerré mis ojos, y me dispuse a dormir sin pensar en el mañana...
Después de todo, seguramente resumiré mis labores errantes, y en el camino encontraré nuevos recuerdos para atesorar, nuevas personas a las cuales conocer y nuevos senderos aún por explorar...
Para el Próximo Destino está claro que sin mochila deberé viajar.
Una vez adentrados en el recorrido de la Vida
marchamos con nuestro presente sin mirar atrás,
y lo que vendrá es todo lo que importa.
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