[H]oy, cimientos racionales como sustitutos del bienestar
Con la excepción de algunas personas particularmente torturadas, socialmente está bien visto que demostremos sentirnos, al menos honrando las apariencias, como individuos realizados, conformes, o llenos de bienestar.
Para las normas y protocolos diarios en el trato con terceros, es menester contar con un cúmulo de obligaciones presentes, compromisos firmes, y cuándo no, con algun sueño a realizar o empresa en mente. Esto suele brindar una suerte de alegría en los interlocutores, cuando no, algun tipo de envidia en particular, que es a su vez, en el mejor de los casos, combustible para proveerse a sí mismos una mejora o parodia de esa situación similar relatada por los primeros mencionados.
Es así que en ambas ramas, las pretendidas y las pretendientes, se edifica y da por sentado que un conjunto de elementos garantiza una pertenencia a algun estrato en particular, o a varios, dependiendo el buen tino o las buenas apariencias de cada individuo. Ello permite tipificar a un conjunto de personas dentro de determinados bloques estructurales, a guisa de tener que ahorrarnos el conocer estrechamente a cada uno de los miembros.
De esa forma, el intento de "ser diferente" al resto o al conjunto es una especie de aspiración o trofeo a alcanzar, con la segura garantía de reconocimiento de los demás, o en el peor de los casos, ser receptores de su envidia y malos pensamientos, que una vez más, son efectivos bonos a futuro en la bolsa de inversiones al Destino.
Este tipo de comportamientos están intrínsecamente aceptados.
Pretende educársenos comprendiendo todas esas bases, para llevar a cabo entonces, un proyecto uniforme, que se condiga con los de los demás, y que implícitamente, genere determinado tipo de reacciones en quienes nos rodean, porque sólo de esa forma podrán seguir avanzando en la espiral ascendente, e indirectamente, llevarán a la raza a alguna especie de progreso.
Cualquier visión contraria a este sistema social no hará otra cosa que generar, por la educación que hemos recibido, un temor interno a no comprender, no encajar, o sencillamente, a hacer lo que sea por no sentirnos alienados y extraños a ese motor en marcha.
Ese inconsciente "corresponder a alguna parte a toda costa" tuerce la mecánica de nuestros pensamientos y hasta nuestros deseos; así que allí nos encontramos, convencionalmente sentados en torno a alguna fogata cualquiera, escuchando lo que parecen ser diferentes apreciaciones personales de algo que ya parece estar grabado en el inconsciente colectivo de todos, a fuerza de clichés, costumbres reiteradas y lisa y llana ignorancia acerca de "eso tan importante y que todos parecen entender, pero yo no llego a asimilar".
En medio de ese tipo de intercambios están basadas todas nuestras relaciones pasadas, presentes, y futuras. Y así, cuando ciertos indicios nos dicen que debemos sonreir, lo hacemos; cuando nos dicen que deberíamos estar "pasándolo bien" (vaya a saber qué sigifica esto porque hasta de modo semántico es poco coherente), nos movemos de acá para allá, bebemos de donde se nos indica o ensayamos obedientemente la improvisación con el eventual receptor de nuestras emociones (un concepto también acarreado desde la más básica educación preescolar); si se nos sugiere sentirnos orgullosos de nuestros logros, ante la evidente incapacidad o deseo de los demás de concretar idénticas metas, debemos entonces hinchar el pecho, esbozar una mirada de triunfo y pensar en todos aquellos maestros, inspiradores y personas especiales que han permitido erigirnos en favoritos de la audiencia.
Eso sí, que el sentir orgullo no hiera los deseos de los demás de no trascender, no superarse, o ni siquiera luchar por aquello que dicen, les importa por sobre todas las cosas. El protocolo no admite tanta dosis de inculcada honestidad para una sola persona.
Analizando entonces de manera inicial el concepto de "convenciones sociales", el sitio del tablero en que nos encontremos a la hora de reflexionar acerca de nuestro presente y los relativos logros a alcanzar que no hemos alcanzado, van sin dudas a hacernos sentir no sólo inferiores, poco valorados, o incluso asaltados por el espectro del fracaso, sino que además vamos a sentir la necesidad de sentirnos urgidos a alcanzar todas esas metas que se nos han "escapado" con la mayor celeridad posible, antes de que los demás lo noten muy evidente, y de esa manera vulneremos su derecho a vernos "bien" y "pasándolo bien" en el contexto dado de la vida diaria.
Si bien las causas pueden ser varias, la sensación en sí misma no cambia. Sin más vueltas, nos sentimos incompletos o aparentamos total plenitud, o ambas cosas a la vez. Con diferentes matices y/o grados, básicamente esto configura un entorno en el cuales uno no sabe qué hacer, o no sabe adaptarse, o sencillamente, cree que no gana nada de valor sin los correctos espectadores.
A esto se acordó llamarle "depresión".
Como posibles alternativas para superar este esquiema de incomodidad para propios y extraños, se insta a hacer hincapié en las convenciones sociales (esas que nos llevaron a caer en este lugar presente), se recomienda un período de reflexión y meditación (el mismo que encadenó las conclusiones que nos llevaron a este mismo sitio) y, en el peor de los casos pero no por ello más "incorrecto", se nos exhorta a proscribirnos a alguna medicación, legal o no (esto, de una forma o de otra, tiene que ver con esa premisa inicial de "pasarlo bien", de la cual, por intentar acatar, nos llevó a cuestionar cada otra convención, y acabar en el sitio actual).
Cuando uno lo piensa de esta forma, a fin de cuentas ni siquiera importa lo que sintamos, o en qué intensidad parezca afectarnos. Todo acaba por caer en el arte de aparentar y de respetar las convenciones sociales. Como dicen los más contemporáneos, "Si estás mal, que no se note"...
No sea cosa que los demás se vean obligados a cuestionar lo absurdo de todo este esquema plagado de trampas mentales impuestas desde mucho tiempo antes al uso de nuestra propia capacidad de razonamiento.
No vaya a ser, el Cielo jamás lo permita, que ante el hastío de llevar siempre la misma máscara -en el sentido psicológico de la palabra-, los demás , por tu exclusiva culpa, se vean sometidos a buscar una verdad que nadie les enseñó a buscar, en la cual quizás esté la potencial salida de este laberinto tan conveniente, tan estructurado y tan organizado.
Por favor... no sea cosa de que alguien lea todo esto y concluya que quizás siempre hubo mucho más para ver que lo que con todas luces y carteles de colores, está indicado a priori, y desde un "tiempo inmemorial" (que básicamente se resume en el primer momento en que recordamos o creemos recordar, en ecos de nuestra infancia la repetición y reiteración constante del mismo y monótono paradigma circular).
Mejor aun, dejemos que los demás lean todo esto, y a través de las propuestas y respuestas que siempre hemos considerado aceptables, sabias, buenas o justas, concluyan de que me encuentro en un momento crítico, y que sólo el tiempo y la reflexión, más algun eventual medicamenteo, va a lograr revertir mi estado al de una persona realizada, conforme, llena de bienestar, y feliz de mis logros.
Para las normas y protocolos diarios en el trato con terceros, es menester contar con un cúmulo de obligaciones presentes, compromisos firmes, y cuándo no, con algun sueño a realizar o empresa en mente. Esto suele brindar una suerte de alegría en los interlocutores, cuando no, algun tipo de envidia en particular, que es a su vez, en el mejor de los casos, combustible para proveerse a sí mismos una mejora o parodia de esa situación similar relatada por los primeros mencionados.
Es así que en ambas ramas, las pretendidas y las pretendientes, se edifica y da por sentado que un conjunto de elementos garantiza una pertenencia a algun estrato en particular, o a varios, dependiendo el buen tino o las buenas apariencias de cada individuo. Ello permite tipificar a un conjunto de personas dentro de determinados bloques estructurales, a guisa de tener que ahorrarnos el conocer estrechamente a cada uno de los miembros.
De esa forma, el intento de "ser diferente" al resto o al conjunto es una especie de aspiración o trofeo a alcanzar, con la segura garantía de reconocimiento de los demás, o en el peor de los casos, ser receptores de su envidia y malos pensamientos, que una vez más, son efectivos bonos a futuro en la bolsa de inversiones al Destino.
Este tipo de comportamientos están intrínsecamente aceptados.
Pretende educársenos comprendiendo todas esas bases, para llevar a cabo entonces, un proyecto uniforme, que se condiga con los de los demás, y que implícitamente, genere determinado tipo de reacciones en quienes nos rodean, porque sólo de esa forma podrán seguir avanzando en la espiral ascendente, e indirectamente, llevarán a la raza a alguna especie de progreso.
Cualquier visión contraria a este sistema social no hará otra cosa que generar, por la educación que hemos recibido, un temor interno a no comprender, no encajar, o sencillamente, a hacer lo que sea por no sentirnos alienados y extraños a ese motor en marcha.
Ese inconsciente "corresponder a alguna parte a toda costa" tuerce la mecánica de nuestros pensamientos y hasta nuestros deseos; así que allí nos encontramos, convencionalmente sentados en torno a alguna fogata cualquiera, escuchando lo que parecen ser diferentes apreciaciones personales de algo que ya parece estar grabado en el inconsciente colectivo de todos, a fuerza de clichés, costumbres reiteradas y lisa y llana ignorancia acerca de "eso tan importante y que todos parecen entender, pero yo no llego a asimilar".
En medio de ese tipo de intercambios están basadas todas nuestras relaciones pasadas, presentes, y futuras. Y así, cuando ciertos indicios nos dicen que debemos sonreir, lo hacemos; cuando nos dicen que deberíamos estar "pasándolo bien" (vaya a saber qué sigifica esto porque hasta de modo semántico es poco coherente), nos movemos de acá para allá, bebemos de donde se nos indica o ensayamos obedientemente la improvisación con el eventual receptor de nuestras emociones (un concepto también acarreado desde la más básica educación preescolar); si se nos sugiere sentirnos orgullosos de nuestros logros, ante la evidente incapacidad o deseo de los demás de concretar idénticas metas, debemos entonces hinchar el pecho, esbozar una mirada de triunfo y pensar en todos aquellos maestros, inspiradores y personas especiales que han permitido erigirnos en favoritos de la audiencia.
Eso sí, que el sentir orgullo no hiera los deseos de los demás de no trascender, no superarse, o ni siquiera luchar por aquello que dicen, les importa por sobre todas las cosas. El protocolo no admite tanta dosis de inculcada honestidad para una sola persona.
Analizando entonces de manera inicial el concepto de "convenciones sociales", el sitio del tablero en que nos encontremos a la hora de reflexionar acerca de nuestro presente y los relativos logros a alcanzar que no hemos alcanzado, van sin dudas a hacernos sentir no sólo inferiores, poco valorados, o incluso asaltados por el espectro del fracaso, sino que además vamos a sentir la necesidad de sentirnos urgidos a alcanzar todas esas metas que se nos han "escapado" con la mayor celeridad posible, antes de que los demás lo noten muy evidente, y de esa manera vulneremos su derecho a vernos "bien" y "pasándolo bien" en el contexto dado de la vida diaria.
Si bien las causas pueden ser varias, la sensación en sí misma no cambia. Sin más vueltas, nos sentimos incompletos o aparentamos total plenitud, o ambas cosas a la vez. Con diferentes matices y/o grados, básicamente esto configura un entorno en el cuales uno no sabe qué hacer, o no sabe adaptarse, o sencillamente, cree que no gana nada de valor sin los correctos espectadores.
A esto se acordó llamarle "depresión".
Como posibles alternativas para superar este esquiema de incomodidad para propios y extraños, se insta a hacer hincapié en las convenciones sociales (esas que nos llevaron a caer en este lugar presente), se recomienda un período de reflexión y meditación (el mismo que encadenó las conclusiones que nos llevaron a este mismo sitio) y, en el peor de los casos pero no por ello más "incorrecto", se nos exhorta a proscribirnos a alguna medicación, legal o no (esto, de una forma o de otra, tiene que ver con esa premisa inicial de "pasarlo bien", de la cual, por intentar acatar, nos llevó a cuestionar cada otra convención, y acabar en el sitio actual).
Cuando uno lo piensa de esta forma, a fin de cuentas ni siquiera importa lo que sintamos, o en qué intensidad parezca afectarnos. Todo acaba por caer en el arte de aparentar y de respetar las convenciones sociales. Como dicen los más contemporáneos, "Si estás mal, que no se note"...
No sea cosa que los demás se vean obligados a cuestionar lo absurdo de todo este esquema plagado de trampas mentales impuestas desde mucho tiempo antes al uso de nuestra propia capacidad de razonamiento.
No vaya a ser, el Cielo jamás lo permita, que ante el hastío de llevar siempre la misma máscara -en el sentido psicológico de la palabra-, los demás , por tu exclusiva culpa, se vean sometidos a buscar una verdad que nadie les enseñó a buscar, en la cual quizás esté la potencial salida de este laberinto tan conveniente, tan estructurado y tan organizado.
Por favor... no sea cosa de que alguien lea todo esto y concluya que quizás siempre hubo mucho más para ver que lo que con todas luces y carteles de colores, está indicado a priori, y desde un "tiempo inmemorial" (que básicamente se resume en el primer momento en que recordamos o creemos recordar, en ecos de nuestra infancia la repetición y reiteración constante del mismo y monótono paradigma circular).
Mejor aun, dejemos que los demás lean todo esto, y a través de las propuestas y respuestas que siempre hemos considerado aceptables, sabias, buenas o justas, concluyan de que me encuentro en un momento crítico, y que sólo el tiempo y la reflexión, más algun eventual medicamenteo, va a lograr revertir mi estado al de una persona realizada, conforme, llena de bienestar, y feliz de mis logros.
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